FAIR PLAY


La igualdad en la era de la postescasez

Según la ONU, las enormes disparidades y desigualdades de oportunidades, riqueza y poder en el mundo actual es uno de los inmensos desafíos para el desarrollo sostenible que recoge la Agenda 2030. Reconoce que el crecimiento sostenido, inclusivo y sostenible de la economía de la era de la post-escasez solo será posible si se comparte la riqueza y se combate la desigualdad de los ingresos. Una parte importante de la desigualdad consiste en la creciente concentración del mercado y la acumulación de la riqueza y poder económico en manos de un número relativamente pequeño de empresas multinacionales e individuos ultra ricos. Recordemos que la Agenda 2030 fue un raro triunfo diplomático en un mundo fragmentado. Desde entonces, la política global se ha fracturado aún más, lo que pone en peligro la consecución de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible).

Esta tendencia no ha surgido por casualidad: la desigualdad es el resultado de decisiones políticas deliberadas. En muchos países, las políticas fiscales y regulatorias no solo han conducido al debilitamiento del sector público, sino que también han permitido la acumulación sin precedentes de riqueza individual y una creciente concentración del mercado. Sin embargo, existen alternativas robustas y progresistas a estas políticas, que podrían redistribuir eficazmente la riqueza y contrarrestar la concentración del poder económico. Tales políticas alternativas serán un prerrequisito para desplegar el potencial transformador de los ODS y poder cumplir el ambicioso plan de hacer realidad los derechos humanos de todos y todas, poniendo fin a la pobreza y al hambre en todas sus formas en todo el mundo, proteger el planeta y garantizar que todas las personas del mundo, sin distinción, gocen de paz, educación y prosperidad en un mundo sostenible.

Los porcentajes de una desigualdad

La desigualdad de la riqueza pasa desapercibida a pesar de ser uno de los principales motores de las disparidades en todo el mundo. Son numerosos los estudios que han demostrado que la desigualdad de la riqueza es aún más profunda y perniciosa que la desigualdad de los ingresos. Según estimaciones del Credit Suisse Research Institute, el 70 por ciento de la población mundial posee alrededor del 3 por ciento de la riqueza total y el 21 por ciento de la población el 12 por ciento de la riqueza. Como marcado contraste el 8 por ciento más rico posee el 40 por ciento de la riqueza mundial, mientras que el 1 por ciento superior, por sí solo, representa más del 50 por ciento de los activos globales. O lo que es lo mismo el 10 por ciento de los más ricos posee, más o menos el 90 por ciento de la riqueza mundial mientras el 90 por ciento de la población mundial posee el 10 por ciento de la riqueza.

En la mayoría de los países emergentes y ricos, la participación de la riqueza del 1 por ciento más rico ha aumentado de manera constante en las últimas dos o tres décadas. Es difícil calcular el número exacto de personas que concentran ese 1 por ciento de riqueza, pero da igual, no importa que sean 8, 42 o 61 las personas que tienen la misma cantidad de riqueza que la mitad del mundo, unos 3.500 millones de habitantes, esto sigue siendo una desigualdad enorme alrededor del mundo, y éste es el mensaje que organizaciones como Oxfam denuncia año tras año. Son datos que muestran que el mundo es extremadamente dispar económicamente hablando, y si la sociedad actual está construida sobre la base del capital estas diferencia generan brechas sociales imposibles de solventar. La riqueza del mundo no sólo sigue en manos de una pequeñísima minoría sino que, en 2019, la brecha entre los superricos y los pobres se agrandó aún más.

El juego como metáfora de la vida

La riqueza, traducida en la posesión de propiedades, tierra, acciones o intereses derivados del patrimonio, por ejemplo, no solo confiere seguridad económica, sino también poder social y político. Como señala Jeff Spross en la revista The Week “quién posee riqueza, determina en última instancia quién gobierna”. Esta situación crea un círculo vicioso de desigualdad en el que la creciente desigualdad económica agudiza la desigualdad política, lo que aumenta la capacidad de las empresas y las élites ricas para influir en la formulación de políticas a fin de proteger sus riquezas y privilegios. Por poner un ejemplo, el hombre más rico de Nigeria, Aliko Dangote, fundador de la mayor cementera de África, gana en un año intereses por su patrimonio suficientes para sacar a 2 millones de personas de la pobreza extrema. Por tanto, no es sorprendente que Oxfam, al igual que otras organizaciones de la sociedad civil, concluya que para acabar con la pobreza extrema, también debemos acabar con la riqueza extrema.

Este juego sociopolítico y económico como metáfora de vida nos muestra que la teoría de juego y comportamiento económico desarrollado por John Von Neumann y Morgensten a mediados del siglo XX, sigue teniendo total vigencia, y que la información, que deriva en estrategias de juego bajo parámetros matemáticos, configuran el devenir de la sociedad según los propios intereses económicos de los participantes. En esta teoría de juegos en la que se enfrentan dos jugadores con intereses opuestos, es decir que uno gana y otro pierde se aplica en guerra de precios, negociaciones económicas, políticas o militares. Pero la nación de juego va más allá de ganar o perder, es el ser-en-el-mundo, es decir, es el aprehender específico de pasar, de suceder o acontecer, en un movimiento en el que el ser es movilidad de conjunto. Esta idea de juego como un libre configurar tiene su propia explicación en su concordancia intrínseca, ya que estamos obligados a jugar como acontecer de la vida, entendiendo el juego como un devenir trascendental creador del mundo y por lo tanto sujeto a la subjetividad del individuo. No estamos obligados a ganar o perder, ya que esa es una idea de mercado, pero ineludiblemente tenemos que jugar como propio concepto de proyecto vital.

La cerámica y la realidad

La obra From Disparity to Dignity, de la serie Fair Play, está conformada por cien muñecos de futbolín iguales, todos están obtenidos del mismo molde y reproducidos en porcelana blanca, dura pero frágil, como la propia vida. Una vida configurada por las infinitas posibilidades planteadas en la propia existencia como juego dinámico de creación y destrucción, en la que lo único que nos diferencia es el artificio de una pátina de oro que nos recubre y nos sitúa dentro de una sociedad capitalista donde parece que lo único importante es nuestro poder adquisitivo. Esa riqueza que nos pone a unos por encía de otros, cuando en realidad todos somos iguales, es una distinción inventada por el ser humano contraria a la propia existencia natural. La distribución del oro sobre estas figuras humanoides hace referencia a los porcentajes de distribución de la riqueza global, es un hacer visible la desigualdad de la repartición de esa riqueza que nos separa y hace del mundo una realidad llena de disparidad que debemos cambiar si queremos que la sociedad avance en la conquista de los derechos humanos.

Los muñecos de futbolín son una alegoría del juego como creador del mundo, como creador de nuestro mundo, en el que las reformas políticas son necesarias para hacer frente de manera significativa a la desigualdad económica. Necesitamos cambios profundos y de calado sobre la forma y el lugar en que se confiere el poder, a través de compromisos institucionales, legales, sociales, económicos y políticos para la consecución de una sociedad más justa e igualitaria, donde todos y todas tengamos las mismas oportunidades y no sólo por el accidente de haber nacido aquí o allí. Cambios que deben propiciar los estados orientando normativas detalladas sobre las medidas que deben adoptar para reducir la desigualdad económica dentro de los países y entre ellos, tocando las dimensiones de género, raza y otras dimensiones de la desigualdad.

Juguemos limpio

A medida que los gobiernos realicen las reformas necesarias, entre otras, en las áreas de las política fiscal y presupuestaria nacionales, la cooperación fiscal internacional, las leyes de competencia y antimonopolio, así como la regulación de los mercados financieros, iremos por el buen camino. Los principios y normas de los derechos humanos deben orientar las decisiones políticas, buscando una aplicación y unos resultados que persigan la consecución de la Agenda 2030 con el fin último de conseguir una igualdad real que no separe ni discrimine a las personas, porque mientras el dinero esté por delante de las personas y marque el devenir de las decisiones socio-políticas, el juego limpio, la igualdad y la dignidad de las personas será una utopía.

Cyro García

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